domingo, 9 de marzo de 2014

Necesidad: parte IV

Rafael no sabía exactamente qué estaba haciendo allí, suplicándole a Helena por volver aún cuando seguía con Eva, cuando estaba tan bien con ella. Pero no había podido evitarlo. Desde que rompió con Helena había notado que algo había empezado a faltar en su vida, y conforme pasaban los meses aquella sensación de vacío se había incrementado.

Echaba de menos estar con Helena, acurrucarse entre sus brazos y hablar con ella. Echaba de menos su calidez, su pasión, su amor…
 

Y se sentía perdido cada vez que quedaban y se veían, y sus labios no se encontraban, ni Helena volvía a decirle todo lo que sentía. Era extraño y se le hacía difícil soportarlo.
 

Por eso había ido al piso de Helena, por eso se le había propuesto y por eso le dolía tanto su rechazo. Era ella quien le amaba, no él.
Desde el otro lado de la puerta Helena le dijo que todo había pasado y que, aunque le seguía amando, las cosas no podían ser.
 

- ¿Tú esperabas que ocurriese esto? –preguntó entonces al escucharla-. 

¿Esperabas atarme a ti de esta forma…?
 

Helena se dejó caer sobre el resquicio de la puerta hasta apoyar su cabeza y dirigió su mirada hacia Rafael.
 

- No –negó-. La verdad es que esperaba que te enamorases de mí y que no apareciese ninguna Eva. Esperaba que alguna noche me dijeses que me amabas…
 

Rafael se acercó más a Helena.
 

- Podrías volver a tenerme –dijo con un deje desesperado en la voz-. 
Podrías volver a ser mi amante.
 

Helena negó con la cabeza.
 

- Ya lo hiciste una vez.
 

- La situación era distinta –replicó con suavidad-. Ya nada podrá volver a como estaba antes.
 

Rafael la cogió por lo hombros, la necesitaba, realmente la necesitaba. Eva no era nada comparada con ella aunque no la amase. Helena sabía estar con él, era perfecta para él.
 

- Podríamos intentarlo. Podríamos…
 

- Rafael…
 

- Una vez me dijiste que te usase –dijo desesperado.
 

- Ya sabes por qué lo dije.
 

- Me lo dijiste… lo dijiste… me dijiste que te usase aún cuando no te amaba, me ordenaste que lo hiciese. Ahora… yo…
 

Helena colocó sus manos sobre su pecho y le alejó levemente haciendo que se callase.
 

- No podemos –negó con dulzura-. Sabes que cuando lo dije todo era muy distinto, no conocías a Eva y yo creía fervientemente que te enamorarías de mí. Además –añadió- ambos sabemos que no serías capaz de hacerle eso a Eva, ni me pondrías a mí en esa situación. Y también sabes que aunque estés en mi puerta serías incapaz de besarme, por ella.
 

Rafael negó. Él sería capaz, podía serlo si ella se lo pedía.
 

- Estás perdido, no sabes lo que estás haciendo aquí realmente. Vete a casa, piensa bien lo que me has dicho y entonces te darás cuenta de que lo que pedías, simplemente, no podía ser, no era lo que querías.
 

La voz de Helena sonó dolida, pero comprensiva. Ella tenía esa capacidad, no importaba lo que hiciese, lo que le ocurriese, era capaz de tragarse todo lo que sentía y ponerse en el lugar del otro, comprenderlo y aconsejarle. Rafael se sintió peor consigo mismo. Por ir a buscarla, por proponerle ser su amante sin pensar en sus sentimientos. Ella se merecía algo más que el papel de amante.
 

- Perdóname.
 

- ¿Lo pensarás?
 

Rafael asintió. Entonces la miró, era un cafre que no se merecía ni que ella le dirigiese una mirada.
 

- ¿Me perdonarás?
 

Helena asintió. Rafael entonces, sin darle tiempo a reaccionar, la abrazó.
 

- Perdóname por ser tan idiota.
 

Tenía razón, Helena tenía razón. Aquello no era lo que quería.

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