lunes, 3 de marzo de 2014

Necesidad: parte I

Observó sus ojos negros que le miraban con decisión.
 
- No puedo, no te amo –dijo tras unos segundos de incómodo silencio.
 
- Ya lo sé –replicó ella con voz suave-. Siempre lo he sabido, pero no me importa.
 
Él negó con la cabeza. Aquello no podía ser, no estaba bien aún cuando ella lo aceptase.
 
- Pero a mí sí me importa.
 
Ella se encogió de hombros restándole importancia.
 
- No te estoy pidiendo nada, sé a lo que me expongo, conocería los términos de nuestra relación y jamás te exigiría nada.
 
- Parece que no lo entiendes. Me estaría aprovechando de ti, de tus sentimientos.
 
La sonrisa de ella se dulcificó como si se compadeciese de él cuando tendría que haber sido justo lo contrario.
 
- No me importa. Te amo.
 
- Pero yo no.
 
- ¿Y qué importa eso?
 
- A mí me importa…
 
Ella colocó su dedo índice sobre sus labios callándole en el acto.
 
- No me amas, ya lo sé –empezó a decir con soltura-. Pero eso no es problema, no te estoy pidiendo una relación seria. Sólo nos estaríamos acostando juntos, yo probaría el sabor de tus labios y tú tendrías a alguien con quien pasar el rato.
 
La frialdad y la tranquilidad con la que dijo aquellas palabras le hicieron dudar de su amor, pero al fijarse de nuevo en sus ojos supo que no mentía, que le amaba desesperadamente, y que era esa desesperación la que le arrastraba a proponerle algo así.
 
- Sé que me deseas, pasa un buen rato conmigo.
 
¿Por qué hacía eso? ¿Por qué se arrastraba así por él? ¿Qué tenía él de especial?
 
- No puedo…
 
- Úsame –le dijo con un tono de orden que le hizo estremecer-. Úsame, eso es lo que quiero, no te pido amor, no te pido fidelidad. Sólo quiero que me uses.
 
Para él era cada vez más difícil el negarse. Ella era demasiado insistente, y él se sentía tan atraído por ella. ¿Cuántas veces había fantaseado con ella? Y ahora ella le exigía que mantuviese una relación con ella.
 
- Acuéstate conmigo, desahógate conmigo cuando quieras, no te pido nada. El único problema es que yo te amo, pero tú no. La única herida sería yo.
 
Pero aquello no era cierto. Si él se aprovechaba de ella, si le hacía daño, él también saldría herido al sentirse tan miserable por haber aceptado su proposición.
 
- No puedo, no insistas.
 
Entonces, sin darle tiempo a pensar se lanzó sobre él y le besó.
 
- Lo estamos deseando –susurró entre besos.
 
Y fue entonces cuando él se perdió. La conocía desde hacía años y sabía que cuando quería algo lo tenía, y él era lo que quería en aquel instante.
 
Se dejó llevar por ella, por sus labios dulces, por sus caricias suaves, por sus retorcidas palabras.
 
Toda ella sabía a perdición.
 
Debería haberse negado, haberla alejado, pero no pudo. Jamás había podido negarle nada. Quiso llorar cuando fue consciente de cómo la desnudaba y le decía lo mucho que había esperado ese momento. Quiso llorar cuando ella, completamente desnuda, le dijo que era suya… pero no lloró. No lloró, tan sólo cayó en sus brazos y la hizo suya, firmando así su sentencia de muerte mientras pronunciaba su nombre entre gemidos.
 
- Helena…

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