lunes, 20 de agosto de 2018

Prisionera

La ciudad duerme a mis pies. Su luz alumbra mi cuarto, alejando las tinieblas que me rodean.

Quiero ir hasta ella, alargo mi mano para tocarla, pero choca contra el cristal que me separa de ella.

Quisiera ir hasta ella, perderme por sus calles, pero mis ojos son deslumbrados por su luz.

Entonces paseo mi dedo por el cristal pensando en todo lo que podría vivir entre sus edificios. Imagino cómo se sentiría el aire al golpear mi rostro mientras corro para llegar a cualquier sitio.

Me dejo caer sobre mi cama y cierro los ojos para ver.

Me dejo guiar por mis pensamientos a ese mundo imaginario que he creado.

Y así llego a mi mundo. Ese en el que puedo correr y saltar. Ese en el que río sin que importe nada más.

Me alejo de mi cama y de aquello que me mantiene con vida.

Me alejo de los continuos cuidados y las sonrisas condescendientes.

Voy a ese mundo en el que el sol me deslumbra y el viento mueve mis cabellos.

No quiero abrir los ojos y ver otra vez esa ciudad que descansa alejada de mí.

No quiero volver al mundo real y anhelar aquello que jamás será mío.

Pero lo hago.

Me alzo y me pego a la ventana.

La ciudad empieza a despertar a mis pies. El sol que nace llega hasta mi cuarto. Alejando los fantasmas que quieren llegar hasta mi corazón.

Suspiro anhelante, deseando poder llegar hasta ella y perderme en esa ciudad que puebla todos mis sueños.

Vagas ilusiones que se esfuman cada noche. Cada día…

Me apoyo contra el cristal.

No importa cuanto lo desee. Nunca llegaré hasta ella.

No mientras sea prisionera de mi cuerpo…