viernes, 12 de febrero de 2016

Odio

Hay veces que sólo deseo gritar. Quiero gritar todo aquello que callo tras un suspiro resignado y una sonrisa conforme. Quiero decir todo aquello que siento y me obligo a silenciar por miedo a hacerte daño. Hay momentos en los que quiero decirlo todo, no callarme nada y poder sincerarme.

Quiero poder decir que te odio, que durante un instante te he odiado porque me has hecho daño, porque, aunque no seas consciente, me has hecho mucho daño. Y te he odiado. Te he odiado con todo mi ser. Quiero poder decirte eso, hacerte comprender que te quiero, que te aprecio, pero que, durante un instante, te he odiado tanto…
Ha sido un odio visceral nacido del dolor, de la decepción que me has provocado con tus palabras y omisión de acciones. Es un dolor nacido de tus “te quiero” acompañados de tu ausencia.

He aprendido a quererte, a no esperar nada de ti, a ilusionarme cuando me das un poquito de tu vida, pero sin anhelar nada más. Pero hay momentos en los que te siento, que creo que vas a compartir un poquito de tu tiempo conmigo. Hay momentos en los que soy débil y me ilusiono como una niña para ver, sin poder evitarlo, que una vez más me niegas tu compañía.

Y te odio por ello, porque no me permites quererte a mi manera. Porque incluso cuando te quiero sin esperar nada a cambio, me desilusionas; me vendes castillos de aire que desaparecen cuando estoy a punto de alcanzarlos. Y es entonces cuando mi amor se torna odio por un segundo, porque me haces daño y no sé cómo decírtelo sin sentirme culpable, sin sentirme mal conmigo misma. Porque eres mi amiga y te quiero, pero sacas algo de mí misma que no me gusta, y te odio por ello, sin poder evitarlo, durante un segundo.


A ti que te quiero, aunque me hagas daño sin saberlo.