martes, 28 de enero de 2014

Sueños



Una noche me enamoré del hombre de mis sueños. Llegó a mí con una dulce sonrisa que me cautivó. Nos presentaron y, tras escuchar su suave voz, supe que era mío. Lo acogí en mis pensamientos como si siempre hubiese existido, esperando a ser descubierto por mí algún día.

No hicieron falta más de dos charlas juntos, para saber que encajábamos con una perfección que podía llegar a asustar. Pero nosotros no temimos nada, porque estábamos seguros de que así debía ser. Hablaba siempre con una tranquilidad que me sosegaba y su voz me arrastraba con él para iniciar conversaciones que, si tuviésemos tiempo suficiente, serían eternas.

Sus gestos infantiles me enternecían. Sus labios me atraían. Sus brazos me atrapaban en cálidos abrazos que me transmitían paz. Sus manos se aferraban a las mías mostrando que me quería a su lado. Y sus ojos negros me cautivaban y absorbían sin piedad, transportándome a un nuevo mundo en el que sólo estábamos él y yo. Y sentía que era perfecto para mí por todo aquello, porque no podía pedir más a su lado.

Pero el mundo no es perfecto y tuve que abrir los ojos a la dura realidad.

¿Por qué tuvo que desaparecer?

Esperé a que volviese. Negué la realidad, deseando que fuese suficiente para que volviese a mí, pero ya era tarde. Nuestro momento había pasado y no volvería. Pero yo me aferré a su recuerdo, no queriendo admitir su pérdida.

No pude suplicar que se quedase. No pude llorar su pérdida. No pude rezar su vuelta. Todo eso me fue negado. Aquel era el precio de la perfección. Y lamenté haber creído que lo nuestro podría haber sido infinito. Me sentí idiota y ultrajada por mí misma.

Y cada noche, esperé. Cada noche cerraba los ojos a la realidad buscándole desesperadamente. Pero él no volvió a mí, ni yo a él. Todas las noche cerraba los ojos abandonando la cruel realidad que nos había separado y le buscaba.

Le amaba, pero eso no era suficiente para que se volviese realidad. No, por mucho que le amé no fue suficiente para volverlo real.

Sólo pude aprender a aceptar que nunca más volvería.

Y quiero creer que él aprendió a aceptar que yo nunca volvería.

Porque sólo fui un sueño suyo, como él fue mío.
Nada como estar dando vueltas por todo lo que una ha escrito para encontrar reliquias, no tanto por su calidad como por el cariño que les tengo.

Son cosas que escribí hace años y que siguen ahí, esperando ver la luz del día. En este caso lo hará una de ellas.

miércoles, 22 de enero de 2014

Hastío




No es nada, pero lo es todo.

Es la falta de querer hacer y el deseo de querer hacer.

Es un sentimiento de hastío y desgana que te dice que no te molestes en hacer nada, porque no hay fuerza para poder llevar a cabo cualquier cosa por simple que sea. Es quedarte tumbada simplemente, sin leer, sin comer, sin dormir…

Tu mente ocupada en estar ahí, respirando y nada más. No quieres pensar, no quieres soñar, no quieres nada, simplemente estar ahí, porque no hay otra opción factible que estar tirada ahí.
Pero no puedes, no puedes porque el mundo gira y te obliga a levantarte, a estudiar, a comer, a escribir, a hacer mil cosas que no tienes ganas de hacer.

Porque sólo quieres estar tirada en tu cama sin hacer nada.

Porque si pudieses ni si quiera estarías en la cama. Estarías en ninguna parte, sin necesidad de comer, de levantarte, de soñar… Simplemente no estarías.

Porque eso es lo único que quieres, no estar, no ser.

Es tedio, tedio a la vida, a estar cansada, a no ser lo que se anhela ser, a desear mil cosas, a perderlas sin saber cómo evitarlo.

Y no es nada, pero lo es todo…