¡Oh, hermosa Diosa de la
belleza!
¿Se dignarán algún día tus
ojos a mirar a este simple mortal que admira tu eterna belleza?
¿Seré digno de tal honor?
Cientos de súplicas se
agolpan en mi mente mientras mis manos se pasean por la fría piedra en la que
intento atrapar una ínfima parte de tu belleza. Sólo quiero una mirada, a mí, a
mi obra, da igual... quiero que tus hermosos ojos se fijen en algo mío. Porque
eres la más hermosa de las criaturas que existen en el universo y es por ti que
mis manos tallan arduamente este trozo de mármol.
Largos cabellos dorados y
sedosos posees, aterciopelada es tu piel y nívea como la nieve. Manos delicadas
y finas con las que puedes otorgar las más deseosas caricias. Jugosos son tus
labios, capaces de componer las más vivas sonrisas. Tus ojos son grandes y
almendrados, del color de la miel. Toda tú eres hermosa y especial a los ojos
de cualquier mortal, o inmortal...
Diosa de la belleza y el
amor, sé condescendiente conmigo y tan sólo mira mi obra y sonríe complacida.
No pido más que eso, bendice mi escultura con tu presencia, no pido más.
¿Qué más podría necesitar
yo, un humilde escultor?
Sólo una mirada de mi
eterna e imperecedera musa.