sábado, 21 de noviembre de 2015

Tras tu marcha


Jamás pude entender por qué. Tampoco quise hacerlo. Simplemente me dejé llevar por la pena y me aferré a la desesperación que me otorga la ignorancia. No saber me martirizaba, pero saber me aterrorizaba. Sin una razón podía vivir, pero jamás podría hacerlo de ser responsable de tu marcha.

En mi estado de ignorancia había momentos en los que me culpaba, pero otras, podía atacar el resto del mundo y encontrar un poco de paz. Seguía sin poder conciliar un sueño tranquilo que pudiese reparar mi mente torturada, pero me ayudaba a soportar tu ausencia un día más.

A veces tu recuerdo venía a mí con tal fuerza que apenas podía respirar y sentía que el mundo desaparecía a mis pies. Siempre ocurría en la soledad de la que esos días me asolaba y me gritaba hasta quedarme sin fuerzas. No era la única forma en la que tu imagen me perseguía. Otras veces llegaba a mí a través de un objeto, una palabra, un suspiro… llegaba poco a poco entre acciones cotidianas de tal forma que nunca sabía cuando había empezado a llorar, y una violenta apatía se apoderaba de mi cuerpo. No podía moverme durante horas y, cuando lo hacía, mi cuerpo se retorcía de dolor.

Fueron días en los que me regodeé en mi propio dolor y dejé de vivir para hundirme en la desesperanza. Y cuando sentía que podía revivir y empezar de nuevo sin ti, me fustigaba con recriminaciones y un futuro que no viviríamos.

Fueron días llenos de miseria que aún hoy me persiguen y me gritan que mi vida debería haber terminado el mismo día que te perdí. Pero ya no me permito la tortura de dejarme arrastrar por ellos. Sigo sin entender tus razones, pero ya no me escudo en mi ignorancia para culparme a mí o al mundo. He aprendido a vivir con la duda sin que me mortifique. He vuelto a disfrutar de la vida sin añorarte a cada instante.

Aún guardo tu recuerdo y jamás querré deshacerme de él, tampoco podría. Sin embargo, no permito que me haga daño. He aceptado que tu recuerdo siempre será mío, así como tú no me diste la oportunidad de serlo.

El Jilguero



Bueno, si alguien está buscando algo que leer y no le importa enfrentarse a un libro de más de mil páginas le recomiendo “El jilguero”. El libro en sí es muy bueno, pero sólo por las últimas cuarenta o cincuenta páginas, merece la pena si el resto del libro fuese un bodrio (que queda muy lejos de serlo) porque en ellas se cierra la historia de una forma magistral a través de Theo Decker, el protagonista. En esas últimas páginas comprendes mejor a Theo y a todas las personas que han pasado por su vida y el por qué de sus acciones. Es un final que te deja devastado, pero extrañamente feliz.

Es uno de esos libros que, cuando los terminas, tienes que rumiarlos en silencio y dejar que cada una de las palabras te atraviese poco a poco, releer algunos fragmentos para poder comprender la grandeza de varios momentos llenos de desesperación y miedo que ahora te dejan una sensación de victoria desgarradora y no un vacío desalentador. Es uno de esos libros en los que hay que pasar una especie de luto antes de poder dejarlo del todo y tener la energía suficiente como para atreverte a coger otro sin que te asolen los personajes del que acabas de terminar.

Realmente es un libro muy recomendable. Hacía tiempo que no leía con esa pasión desmedida que me aísla del mundo y me obliga a leer “sólo una página más” antes de volver a la realidad.

De la autora de este libro: Donna Tartt, también recomiendo “Un juego de niños”, lo leí hace demasiados años, pero todavía recuerdo varias escenas y lo mucho que lo disfruté, pese a lo mal que lo pasaba a causa del miedo de lo que podía pasar al final.

Y como muestra un botón:

¿Por qué empezaste?

¿Por qué empiezan todos? ¡Me dejó mi novia! La novia de ese momento. Quería ser malo y autodestructivo, y lo conseguí.

[…]

¿Y por qué no lo dejas?

¿Por qué tendría que hacerlo?

¿Hace falta que lo diga?

¿Y si no tengo ganas?

Si puedes dejarlo, ¿por qué no lo haces?

Quien a hierro mata a hierro muere, dijo Boris rápidamente, apretando con la barbilla el botón de su torniquete, que tenía un aspecto muy profesional, mientras se subía la manga. 

Por muy horrible que suene, lo entiendo. No escogemos lo que queremos y lo que no queremos, esta es la única y cruda verdad. A veces queremos lo que queremos aunque sepamos que nos matará. No podemos escapar de quienes somos. (Dicho en honor de mi padre: él al menos intentó querer lo sensato –mi madre, el maletín, yo– antes de volverse loco y huir corriendo de ello).