Un error.
Una
justificación.
Dudas, dolor,
desesperación, anhelo, deseo, culpa… Un error que jamás debió provocarme tantas
cosas. No tan intensas ni tan contradictorias.
El mismo error.
La misma
justificación…
El
remordimiento de saber que no será la última vez, ni que el arrepentimiento es
del todo sincero.
Repetición del
error que me corroe cada día un poquito más entre gemidos sin que quiera
detenerlo.
Es un error,
pero parece ser que soy incapaz de no cometerlo una y otra vez, entrando en un
bucle de desesperación y deseo que me consume lentamente, noche tras noche
entre las sábanas de un motel en el que no sólo hemos mentido sobre nuestros
nombres, sino sobre nuestra condición.
Atrás quedaron
las bromas y la vergüenza dejando paso a la complicidad y el asentimiento con
una sonrisa que pretende esconder todo lo demás.
A veces me
falta el aire entre tanto dolor y placer.
Y sé que te
ocurre lo mismo, que lo que hacemos choca contra la moral y lo correcto. Pero
que, al igual que yo, eres incapaz de parar y caes una y otra vez en el deseo
oscuro que sentimos por el otro entre tanto amor.
Un amor que
jamás tuvo que albergar ninguna clase de deseo por tu cuerpo y el mío. Un amor
que siempre debió ser puro e inmaculado, no manchado por los besos y el sexo.
Pero ya es
tarde para parar. Tus labios son como una droga y mis brazos son adictivos.
Hemos caído en lo más hondo de nuestros corazones y es imposible salir.
Estamos
condenados al sufrimiento en vida, a la plenitud de nuestra unión y a la
desesperación por nuestros actos impíos.
Pero no
importa, el error crece a cada día con cada suspiro anhelante y a cada mentira.
No nos detenemos porque es demasiado para nuestras maltrechas almas que
suplican por lo que siempre anhelaron en secreto.
No importa el sufrimiento, ni la condena. Porque todo está bien, de una manea retorcida, oscura y perversa.
Es verdad que pocas cosas hay tan bellas como el deseo de lo prohibido.
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